Varias veces me han preguntado cómo
empecé a trabajar en temas de interculturalidad y pueblos indígenas. La “culpable”
es mi profesora de Introducción a la Antropología en la Universidad, la querida
y recordada China Muñoz. Ella en 1993 nos dejó varias lecturas para escoger y
dar un control y yo escogí una sobre la danza de los majeños, una danza muy
particular en la fiesta del Carmen de Paucartambo. ¿Por qué la elegí?, muy
simple, mi familia paterna, los Vásquez son del Valle de Majes en Arequipa.
Iluso yo crei que encontraría en esa lectura relaciones con mi familia. De
hecho en una primera lectura no aparecieron, pero de pronto cuando vi imágenes de
la danza, automáticamente vi en sus personajes robustos y ebrios a varias
generaciones de tíos y parientes. Pero ¿qué hacían ellos en Paucartambo, en
esta fiesta tan importante en la frontera andina de Cusco con la Amazonia?,
pues ellos son parte de los que le bailan a la Virgen.
Bueno, volviendo al tema. Hice un
ensayo sobre esa lectura donde relaté un poco estos descubrimientos: mi
familia, mis antepasados eran mucho más de lo que yo veía o comprendía en las
fiestas de la cruz, o en las largas faenas de pisa de uva para hacer pisco o
vino. Mis raíces majeñas, mi propio mestizaje me fue llevando a mi raíces andinas
y quechuas.
Ciertamente yo nací en la ciudad
de Arequipa en el Hospital del Seguro Social, crecí en la Montañita y luego en
Umacollo y Tahuaycani (nombres nada hispanos) y he vivido ahí hasta los 16
años. Siempre viajando al año unas 5 veces a visitar a mi familia de Majes.
Siempre en ese ir y venir de lo urbano a lo rural; por eso es que comprendo muy
bien, desde mi propia vivencia, las asimetrías que nos han marcado la vida a
millones de peruanos. Estudié en un colegio público, pero regentado por
religiosos, es decir casi privado, con una larga tradición de excelencia.
Siempre me sentí urbano, entre andino y del valle cálido de Majes, con fuertes sentimientos
hacia mi pasado. De hecho mis parientes por el lado materno, son de la misma
ciudad de Arequipa, con larga tradición characata o mejor dicho de Cayma y
Cerro Colorado y de parte de ellos, mi herencia hispánica, mestiza es también muy
fuerte.
Sin embargo, luego de casi 25
años, tengo el orgullo de sentirme indígena, quechua de alma y costumbres. Quizá
no hable la lengua de mis ancestros que pudo ser el quechua o el puquina, pero
hay muchas palabras en mi castellano regional que son de alguna de estas lenguas.
En el año 1995, hace ya 21 años, decidí aprender en Cusco algo de quechua y comprendí
mucho de mi dualidad, de mi falta de vocabulario para expresar lo que siento y
de las particularidades y riqueza léxica del runa simi. Debo decir que uno
puede ser quechua sin hablar la lengua. Algunos quizá piensen que solo busco
legitimar algo, la verdad es que no, simplemente estoy redescubriendo mi esencia.
A pesar de mi sólida formación cristiana,
hoy puedo decir que mis raíces espirituales son mucho más antiguas, tanto como
los glaciares del Chachani y las aguas del Colca y del Andamayo. Soy quechua,
soy indio y soy hispano también, y hago esta declaración de identidad, para que
algunos entiendan que pese a vivir ahora en Lima y estar aportando a mejorar la
gestión pública, tengo el orgullo de ser indígena y soy feliz. Serlo y sentirlo me hace único, me hace
peruano y me permite proponer acciones que quizá a otros muy bien intencionados
no se les ocurra, porque no tienen este acervo cultural que a mí me enorgullece
atesorar y que me permite comprender y sintonizar con millones de peruanos que
viven o han vivido esto, con menos conciencia, pero con el mismo desgarro y la
misma profundidad.