martes, 1 de marzo de 2016

Tengo el orgullo de ser indígena y soy feliz

Varias veces me han preguntado cómo empecé a trabajar en temas de interculturalidad y pueblos indígenas. La “culpable” es mi profesora de Introducción a la Antropología en la Universidad, la querida y recordada China Muñoz. Ella en 1993 nos dejó varias lecturas para escoger y dar un control y yo escogí una sobre la danza de los majeños, una danza muy particular en la fiesta del Carmen de Paucartambo. ¿Por qué la elegí?, muy simple, mi familia paterna, los Vásquez son del Valle de Majes en Arequipa. Iluso yo crei que encontraría en esa lectura relaciones con mi familia. De hecho en una primera lectura no aparecieron, pero de pronto cuando vi imágenes de la danza, automáticamente vi en sus personajes robustos y ebrios a varias generaciones de tíos y parientes. Pero ¿qué hacían ellos en Paucartambo, en esta fiesta tan importante en la frontera andina de Cusco con la Amazonia?, pues ellos son parte de los que le bailan a la Virgen.

Bueno, volviendo al tema. Hice un ensayo sobre esa lectura donde relaté un poco estos descubrimientos: mi familia, mis antepasados eran mucho más de lo que yo veía o comprendía en las fiestas de la cruz, o en las largas faenas de pisa de uva para hacer pisco o vino. Mis raíces majeñas, mi propio mestizaje me fue llevando a mi raíces andinas y quechuas.
Ciertamente yo nací en la ciudad de Arequipa en el Hospital del Seguro Social, crecí en la Montañita y luego en Umacollo y Tahuaycani (nombres nada hispanos) y he vivido ahí hasta los 16 años. Siempre viajando al año unas 5 veces a visitar a mi familia de Majes. Siempre en ese ir y venir de lo urbano a lo rural; por eso es que comprendo muy bien, desde mi propia vivencia, las asimetrías que nos han marcado la vida a millones de peruanos. Estudié en un colegio público, pero regentado por religiosos, es decir casi privado, con una larga tradición de excelencia. Siempre me sentí urbano, entre andino y del valle cálido de Majes, con fuertes sentimientos hacia mi pasado. De hecho mis parientes por el lado materno, son de la misma ciudad de Arequipa, con larga tradición characata o mejor dicho de Cayma y Cerro Colorado y de parte de ellos, mi herencia hispánica, mestiza es también muy fuerte.

Sin embargo, luego de casi 25 años, tengo el orgullo de sentirme indígena, quechua de alma y costumbres. Quizá no hable la lengua de mis ancestros que pudo ser el quechua o el puquina, pero hay muchas palabras en mi castellano regional que son de alguna de estas lenguas. En el año 1995, hace ya 21 años, decidí aprender en Cusco algo de quechua y comprendí mucho de mi dualidad, de mi falta de vocabulario para expresar lo que siento y de las particularidades y riqueza léxica del runa simi. Debo decir que uno puede ser quechua sin hablar la lengua. Algunos quizá piensen que solo busco legitimar algo, la verdad es que no, simplemente estoy redescubriendo mi esencia.

¿Qué me permite reconocerme indígena?, simple, para mí una ceremonia a la Pachamama, no es algo de otros, o de ellos, los indios o cholos, es algo mío. La casa de mis padres donde crecí, se construyó con dos ceremonias a la Pachamama. Mi familia celebra la fiesta de cruces con una cruz familiar, y pregunto, ¿cuántos guardan o conservan esta tradición?. Mis abuelos, encargaron a  Jesús de los cristianos y a los apus del valle, el bienestar de sus hijos, y nosotros año a año nos juntamos para celebrar esa bendición. En mi familia se cura el susto con huevo y con cuy, se cura el frío con soplos y fuego, se lee la coca. He comido watia en la chacra de mis abuelos y he visto recoger camarones con trampas de río tejidas en caña. Mi familia guarda un especial cariño y respeto por nuestros difuntos que hasta ahora nos acompañan. Algunas de estas prácticas quizá se estén perdiendo, pero yo las tengo y las siento mías y por ellas me siento quechua, me siento andino.

A pesar de mi sólida formación cristiana, hoy puedo decir que mis raíces espirituales son mucho más antiguas, tanto como los glaciares del Chachani y las aguas del Colca y del Andamayo. Soy quechua, soy indio y soy hispano también, y hago esta declaración de identidad, para que algunos entiendan que pese a vivir ahora en Lima y estar aportando a mejorar la gestión pública, tengo el orgullo de ser indígena y soy  feliz. Serlo y sentirlo me hace único, me hace peruano y me permite proponer acciones que quizá a otros muy bien intencionados no se les ocurra, porque no tienen este acervo cultural que a mí me enorgullece atesorar y que me permite comprender y sintonizar con millones de peruanos que viven o han vivido esto, con menos conciencia, pero con el mismo desgarro y la misma profundidad.